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Elemento visceral

El Co forma parte de la vitamina B12, por buen nombre cobalamina, una molécula hidrosoluble que interviene en la formación de los glóbulos rojos y en la síntesis de los neurotransmisores.

Marceliano Fuentes se enteró en un tugurio de la calle Lepanto de que una bomba de cobalto había detonado en los suburbios de una gran urbe americana. Como poseído por un renovado sentimiento de lealtad paterna, corrió hacia su casa. Allí, un chico bisojo de piernas regordetas y una muchacha larguilucha con gesto de uva pasa se inclinaban sobre una mesa camilla, cubierta de cuadernos sembrados de goma de borrar. Abarcándolos a los dos, los atrajo hacia sí; pero la niña detestaba que aquel hombre butiroso y mugriento se le restregara por la piel y le apartó sin contemplaciones. Al niño tampoco le gustaba el hedor a vino rancio y perfume barato, pero tuvo que consentir que su padre, rechazado en primera instancia, volcara en él toda su desesperanza alcohólica. La radio local interrumpió momentáneamente la programación deportiva para advertir a los oyentes que el protocolo de destrucción mutua asegurada se había activado. El muchacho se debatía entre los brazos temblorosos de Marceliano, intentando recuperar trabajosamente una postura que le permitiera resolver el problema de quebrados. "¿Dónde está tu madre?", le preguntó. "Mamá nos abandonó esta mañana", respondió la niña. "Nos dijo que después de cenar hiciéramos los deberes y nos fuéramos temprano a la cama". El hombre quedó petrificado

Jamás hubiera imaginado que ella le dejaría a su merced en semejante trance. "¿No os dio nada para mí?". Sin siquiera elevar los párpados, la niña se tentó el vestido y le alargó una nota, escrita en papel de estraza. "Encontrarás todo el vino mezclado con licores dibersos en un cubo rojo, bajo el fregadero. E añadido un litro de legía con la esperanza de que rebientes antes de que te alcance la radiazión. si quieres cenar, hay latas de atun en la despensa. Marialuisa". El último gol del astro argentino fue ruidosamente celebrado por el locutor, que a la mitad del grito triunfal prorrumpió en amargos sollozos. "El público abandona el campo". Y continuó. "Esto se acaba, señores". El último boletín informó de que la crisis global se había desatado y Corea había desaparecido en una nube de polvo; esta vez la realidad había estado a la altura de las grandes super-producciones de Hollywood. Sonaron los primeros compases de Lo que el viento se llevó. Los infocomerciales se sucedieron rápidamente, superponiéndose los unos a los otros. "El tiempo se agota", sentenció Marceliano, que a duras penas podía mantener la verticalidad. Los hijos le miraron de soslayo y siguieron a lo suyo. "Necesito un trago". Cuando se preparaba para retornar a la tasca sobrevino el apagón.

Los ecos de alarmas y sirenas ascendían por el hueco de la escalera descorchando el silencio de la noche. Marceliano sintió miedo y se refugió de nuevo en el hogar. La angustia le devoraba por dentro. "Nunca más veré a los chiquillos", pensó. Sin darse cuenta, pronunció sus nombres. Nadie respondió. A tientas llegó hasta la cocina con la esperanza de encontrar los fósforos largos que utilizaba en las barbacoas. Extrajo de una vieja lata de cacao una caja grande que contenía un único ejemplar. Lo prendió frotando contra el raspador de lija. La madera húmeda restañaba. "Deben haberse acostado", se dijo para sí. Pero cuando intentó dar un paso la luz amenazó con extinguirse. El suelo empezó a temblar bajo sus pies. "No es posible. Esto no puede estar sucediendo", se dijo para sí varias veces. Con la mano libre se propinó un par de bofetadas. Estaba aturdido y el sentido se le iba y se le venía. Antes de que la llamita le lamiera la punta de los dedos localizó el cubo de plástico. Se dejó deslizar por la brillante superficie del frigorífico hasta tomar suelo con las posaderas. Un súbito cambio de presión le volvió los tímpanos del revés. Los oídos comenzaron a rechinarle. Se abrazó al cubo rojo como el náufrago que se agarra a su tabla de salvación. Había oído decir que el delirium tremens trastornaba la percepción. Pero esto estaba pasando de castaño oscuro. Ayudándose con las rodillas, elevó el cubo a la altura de la barbilla e introdujo la cabeza dentro. "A tu salud, Marialuisa".

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