«Entonces Dios
formó de la tierra
toda ave del cielo
y todo animal del
campo, y se los
llevó al hombre
para ver qué
nombre les pondría.
El hombre les puso
nombre a todos los
seres vivos,
y con ese nombre
se les conoce.
Así el hombre fue
poniéndoles nombre
a todos los animales
domésticos, a todas
las aves del cielo y
a todos los animales
del campo»
(Génesis 2: 19-20).
De esta forma se
describe en la Biblia
la creación del mundo
animado, y el no
menos delicado e
importante proceso de dar nombre a todos los seres vivos, ardua tarea que el gran hacedor delega en el primero de los hombres, suponemos que para simplificar el proceso de asimilación y memorización. Comparativamente, nombrar los 118 elementos de la tabla periódica se nos antoja una empresa de dificultad media-baja, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos componentes de la lista eran conocidos desde antiguo y su denominación genérica se había incorporado a la práctica totalidad de las lenguas, por lo que les resultaban tan familiares lo mismo a un argentino de la pampa que a un inuit de los hielos. Sin embargo, la aparente simplicidad de la empresa no tuvo su correspondencia con el devenir de los acontecimientos. Para que los nuevos elementos adquieran identidad como tales «es preciso nombrar las cosas como es natural nombrarlas, y nombrarlas con el instrumento conveniente, y no según nuestro capricho; si queremos, al menos, ser consecuentes con nosotros mismos»¹. Pero el afán de notoriedad unido al natural anhelo de alcanzar fama y gloria convirtieron la sencilla fórmula platónica en poco menos que imposible. Los nombres de algunos elementos alcanzaron notoriedad relegando casi de inmediato a los competidores porque respondían a características físicas y químicas que facilitaban su identificación. Tal es el caso del cloro (que se impuso a los nombres de bertoletio, halogenio o muriato), el fósforo o el berilio (que hizo lo propio frente a agusterde o glucinio)². Una costumbre no escrita concedía al descubridor el derecho a bautizar el nuevo elemento. Así que en los casos de paternidad compartida o cuando ésta no estaba del todo clara, eran varios los términos referidos a una misma sustancia según las modas o los países, alimentando una notable confusión. En los manuales de mediados del XIX el rigor parece disolverse en un batiburrillo de términos dispares: culombio o tántalo, titano o menakán, niobio y pelopio, vanadio o erythronio³… Cuando a principios del siglo XX la tabla periódica se convierte en un verdadero mapa del tesoro, numerosas expediciones se embarcan a la busca de los últimos especímenes puros resistentes a la humana curiosidad. Varias tentativas individuales persiguen con ahínco la notoriedad que avala la ley periódica, cuyo
Todos los nombres
carácter universal había sido recientemente aceptado por la comunidad científica. El prestigio de figurar en el más selecto de los clubes se materializa en epónimos geográficos de exaltación regionalista. Varias atolondradas tentativas quedarán aparcadas: el alabamio, el helvetio, el anglohelvetio, el rusio, el niponio, el virginio, el moldavio, el celtio, el danio, el norvegio⁴… nombres que no llegarán a fraguar en símbolo químico, al contrario que el francio, el polonio, el hafnio (alusión a Dinamarca), el rutenio (alusión a Rusia) o el lutecio (alusión a París)… Con el primero de los elementos sintetizado por el hombre, el tecnecio, se abre todo un campo de posibilidades. Pero la alquimia cuántica se desarrolla en un campo abonado para el conflicto semántico. La guerra fría se traslada a los laboratorios. Y con ella la de las denominaciones. Para poner un poco de orden en toda esta zurribanda, la IUPAC (Unión Internacional de Química Pura y Aplicada) terció para encontrar soluciones. La mediación dejó insatisfechas a las partes: la propuesta conciliadora consistía en repartir méritos. nombres y símbolos entre todos los actores en litigio. Las cosas no se calmaron hasta 1996, después de que los equipos científicos, apoyados por sus respectivas administraciones, mostraran sus relucientes y afilados dientes y se alcanzara un compromiso aceptado por todos, en el que se produjeron concesiones poco o nada justificables. Para evitar futuros conflictos, la IUPAC publica regularmente recomendaciones sobre nomenclatura química⁵ y arbitra en controversias analizando datos primarios y esclareciendo paternidades. En la mayoría de las ocasiones, los procesos se prolongan durante años para garantizar un resolución definitiva, sin marcha atrás⁶. Las últimas incorporaciones son las que completan el séptimo período. Los elementos 113, 115, 117 y el varias veces “descubierto” 118 han sido bautizados oficialmente con los horrorosos nombres de nihonio, moscovio, téneso y oganesón, que ya figuran en las últimas ediciones de la tabla periódica como parte de esa especie de Olimpo químico. Porque lo único que compensa el dinero y el trabajo invertido en la creación de media docena de átomos inestables, volátiles e intratables es justamente eso: ponerle un nombre⁷.
¹[↑] PLATÓN, Crátilo, en Obras completas de Platón, (Tomo 4, Ed. Medina y Navarro, Madrid, 1871, págs. 347-474)
² [↑] BUSTELO LUTZARDO, José Antonio; GARCÍA MARTÍNEZ, Javier; FERNÁNDEZ; ROMÁN POLO, Pascual, Los elementos perdidos de la tabla periódica: sus nombres y otras curiosidades, en Anales de Química (108(1), 57–64, 2012, y referencias allí incluidas)
³[↑] BOUCHARDAT, A.; LEZANA, Gregorio; CHÁVARRI, Juan, Elementos de química: con sus principales aplicaciones a la medicina, a las artes y a la industria (Madrid, Librería de los Sres. Viuda e Hijos de D. Antonio Calleja, 1845)
⁴[↑] BUSTELO LUTZARDO, José Antonio; GARCÍA MARTÍNEZ, Javier; FERNÁNDEZ; ROMÁN POLO, Pascual, op. cit.
⁵ [↑] CORISH, John, Procedures for the Naming of a New Element, https://www.degruyter.com/view/j/ci.2016.38.issue-2/ci-2016-0205/ci-2016-0205.xml, visitada el 27/12/2017
⁶ [↑] KOPPENOL, H.; CORISH, John; GARCÍA MARTÍNEZ, Javier; MEIJA, Juris; REEDIJK, Jan, How to name new chemical elements (IUPAC Recommendations 2016), https://www.degruyter.com/view/j/pac.2016.88.issue-4/pac-2015-0802/pac-2015-0802.xml, visitada el 27/12/2017
⁷ [↑] YARRIS, Lynn, Seaborgium: Element 106 named in honor of Glenn T. Seaborg, http://www2.lbl.gov/Science-Articles/Archive/seaborgium.html, visitada el 27/12/2017
Pelopio
partenio
siderio
aldebaranio
polinio
brevio
Norvegio
El Bestiario de Rochester
No nos queremos imaginar qué cara se le quedó a Adán cuando le comunicaron que debía poner nombre a todos los animales. La tarea de nombrar los elementos de la tabla periódica tampoco ha sido moco de pavo, aunque podemos decir que, a día de hoy, y si exceptuamos el caso del Wolframio, las cosas parece que están claras.