El suceso aconteció en Nueva York en la década de los treinta. La nueva línea de Stetson causó furor: se decía que el nuevo fieltro tratado con malvavisco y nitrato de mercurio sería capaz de soportar el mismísimo diluvio universal. El peso del sombrero, eso sí, aumentaba en casi dos onzas. Promocionado por Hollywood, las ventas se dispararon. Testimonios de ciudadanos encajados en sus gorros hasta las orejas fueron difundidos ya por la CBS a principios de noviembre. Para evitar la alarma social, se propagaron bulos y argumentos inverosímiles, como la del súbito incremento de la fuerza de la gravedad, extremo desmentido por el mismísimo Albert Einstein. Pero la desaparición de cientos de neoyorquinos bajo sus sombreros movilizaron a las autoridades. El alcalde O´Brien prohibió el uso de cualquier prenda o tocado que cubriera la cabeza hasta que una comisión estatal emitiera un dictamen concluyente. Fue la crisis más grave del sector en toda su historia, que sería recordada más tarde por los americanos como el invierno en el que perdimos la cabeza.