La gente se me queda mirando. Debo llevarlo impreso en la cara. Me parapeto en una esquina, justo donde los latigazos de luz me hacen más visible. Con el fondo del vaso trazo en el aire un círculo infinito y me muevo al ritmo de una música imaginaria. Me gusta cuidar la escenografía. Ahora a esperar. La primera vez les vendí ibuprofenos que llevaba en el bolsillo. Después probé con vitaminas y trocitos de papel secante embebidos en amoniaco. Buen negocio. Pero esta noche llevo preciosas bolitas de selenio y unas cápsulas caseras de arseniato de sodio. Por una vez me quedaré a contemplar cómo la clientela se pone verde. O azul.