Año 2038: los signos de la tragedia apocalíptica que se cierne sobre la humanidad resultan evidentes incluso para los menguados miembros de la comisión creada por la UNESCO. El descenso del cociente intelectual ha provocado un colapso mayor que el que supuso la crisis de los hidrocarburos, acompañado de un significativo descenso del PIB global. En Europa, el periodo formativo de los jóvenes supera habitualmente los treinta años. La mayoría de la población posee varias titulaciones universitarias que apenas les capacitan para leer y escribir correctamente. Se ha reducido la altura de los edificios de nueva planta y suspendido la ejecución de los grandes proyectos civiles. Los expertos en energía atómica multiplican su actividad por todo el mundo: apenas quedan dos docenas de técnicos capaces de controlar los complejos procesos que se desencadenan en el vientre de un reactor nuclear. Las epidemias que asolan los países menos favorecidos se extienden sin control por occidente ante la falta de previsión y la incapacidad de los políticos. Se ha prohibido la libre circulación del personal sanitario. Los médicos son reclutados y obligados a prestar servicio público. Las últimas generaciones de facultativos apenas saben suturar heridas y se marean a la vista de la sangre. Los sistemas educativos colapsan: hay más profesores que alumnos, y eso crea un ambiente de continuas rivalidades y enfrentamientos abiertos entre facciones que defienden con uñas y dientes los secretos de su disciplina. Rusia practica una política agresiva y consume gran parte de sus recursos en captar talentos, últimos ejemplares de una raza que se extingue, para crear una especie de semillero genético; seduce a los genios con (...)